«Dale su banana y es tu amigo»
Si tuviera pasión o curiosidad por estos animales, tal vez pudiera dar una definición correcta y desarrollar un poco más hablando sobre estos mamíferos que están divididos en varias categorías o clases y que vagamente la profesora contaba que los más inteligentes son los primates. Si he dicho alguna gi***ez tontería, mi excusa es perfecta: ¡no me gustan los monos!
En los últimos años de primaria (no me acuerdo cual exactamente) estuvimos en un zoologico y entre tantos animales bellos, tambien se encontraba el dichoso mono.
A casi un metro de distancia de la valla me quedé mirándole fijamente y pocos instantes despues se dio cuenta que lo estaba observando: podría ver en su cara un sentimiento neútro combinado con alguna demencia y una sonrisa sin sentido. Lo miré mal y el sentimiento fue mutuo: se me acercó a los barrotes y se puso a gritar como un preso o más bien como un internado. Muy poco despues, se me acercó la profesora y me dijo:
— Pero míralo que bonito y gracioso es, vamos a darle un plátano. Seguro que se pondrá contento.
La profesora me tendió la mano donde tenia un platano para que se lo ofreciera al mono:
— Toma, dáselo. Me dijo con cara alegre.
Me quedé mudo, quieto y ni siquiera recuerdo si respiraba en esos momentos…
Finalmente y delante mía, la profesora le tendió la mano al mono dándole su comida favorita. Este, lo cogió con una rapidez y una fuerza que delante de mis ojos aquello parecía agresivo y vulgar; acto seguido, con chillidos y saltos a ningún sitio en concreto, el mono se retiró para comer su plátano.
— «¿Y que pasa con el mono cuando no recibe su plátano?»

Muchos años después por suerte y a la vez por desgracia he podido visitar ciertos lugares y ver ciertas personas. No son los lugares, sino las personas que hacen a esos lugares. En cierto momento de mi vida y por un periodo muy corto, me tocó compartir mi tiempo con ellos. Es una suerte la mía no volver nunca más y también de a ver podido estar, sino probablemente no hubiera podido escribir este artículo. Pero es una desgracia ver como aquellas personas viven un presente triste dominados por un pasado que jamás volverá. Se han creado una coraza de baja auto estima y una fe prácticamente inexistente.
(Ya) No importa quien eres ni de donde vienes. Lo único que importa es a donde has llegado.
Casi siempre tenía unas monedas en el bolsillo y créeme, esas dichosas monedas decidían mi seguridad o mis nuevas amistades. A veces intento no acordarme de estos momentos pero creo que son cosas que no se borrarán nunca de mi memoria.
En una de las numerosas veces, se acercó la noche y me tocaba irme a dormir. Uno de mis colegas ya había llegado junto con su compañero «de viaje». Nada más llegué, saludé solté mis cosas y me senté. Uno de ellos estaba raro. No quería hablar y me transmitía inseguridad. Tenía la cara pálida y los ojos grandes y húmedos como si estuviera a punto de llorar. Su compañero y yo le observamos atentamente y cada segundo parecía un momento de sorpresa: ninguno de los dos sabíamos si hablar o mantener el silencio.
Pocos minutos después, el chico agachó la cabeza, se la colocó entre las piernas y se cogió sus manos justo por debajo de las rodillas. Se puso rígido como si fuese inerte. Pocos instantes después, se levantó y empezó a gritar, a insultar y a pegar puñetazos a todos los objetos que tenia en su camino. En un rincón, una botella de vidrio sucia se movió por culpa de aquellos golpes y patadas tiradas al azar. El chico vio la botella y sin pensárselo la cogió por la parte superior y la estampó contra la pared.
En ese mismo instante, su compañero y yo, con ojos de buho en cuerpos de gallinas añadimos:
— Ten cuidado que te puedes cortar; lo dijimos casi a la vez y con la voz lo suficientemente alta como para que se nos escuche.
Con el cuello de botella en la mano y chorreando sangre, el añadió templando (¿por impotencia, rabia y tristeza?)
— No me importan nada, ¡ya no! Me da igual todo… Sin acabar la frase, añadió:
— ¿Para que vivir? ¡Estoy atrapado!
Al escuchar eso, en ese mismo momento me levanté y muy seguro de mi mismo me acerqué y le dije:
— Ya lo sé hombre, ya lo sé. Esto es una mierda. Desesperar no es la solución al problema, sino afrontarlo poco a poco… Pero mientras tanto puedo ayudarte a que descanses. Dame dos minutos y vuelvo, ¿vale?
— ¿Estarás tranquilo? ¿Me lo prometes? Le pregunté como si yo fuera la solución de sus problemas y como si la llave de su tranquilidad en ese momento la llevaba yo.
— Tira el trozo de botella y recoge un poco por aquí; enseguida estoy de vuelta. Déjalo todo despejado y así cuando vuelva te traeré algo.
Poco rato después, volví con unas birras de lata y una botella de whisky barato. Se la entregué y con una sonrisa de bandido pero a la vez temblando, abrió la botella: le pegó 2 tragos largos y todo volvió a la normalidad..